martes, 17 de diciembre de 2013

LAS DOS CARAS DEL SUFRIMIENTO:
Mientras unos sufren por la partida de sus seres queridos, otros trabajan para no sufrir carencias.
“el día que me dejen de recordar, ese día moriré”. Una frase que encontramos en la mayoría de urnas en cualquier cementerio. Una frase conmovedora, que nos da la esperanza de sentir que en algún momento, en algún tiempo, lo volveremos a ver. Una frase que al tan solo oírla o leerla disfraza el dolor de haberlo perdido.
Fue un lunes por la mañana  que me dirigí al cementerio de Huaraz, me recibe un mensaje escrito encima de la puerta como un arco:”felices los que entran al reino de Dios”. Di dos pasos hacia la puerta me encuentro con unos niños sentados en las gradas con sus baldes esperando que las personas que van a visitar a sus familiares  les diga: necesitamos que nos lleve un balde con agua, que por balde cobran 0.50 céntimos, estos muchachitos se ganan el pan de cada día trabajando de sol a sol, el trabajo no es tan agotador pero ni bien remunerado.
Entro por la puerta hacia el fondo está la capilla, vacía con algunas bancas polvorientas y la imagen de Jesús tiene en sus pies unos jarrones con flores ya marchitadas; a la derecha está la imagen de la virgen  María, con las manos juntas como si fuese que pidiera a Dios por las almas. En esta capilla donde el cura oficia la misa y la última eucaristía para los difuntos antes de ser sepultados, se hallan imágenes religiosas que se hacen compañía entre sí, creando en el pequeño santuario un ambiente espeso, lúgubre de abandono, de soledad, de olvido y acompañado en su alrededor de silencio.
Me dirijo a la ofician que está a mi lado derecho me recibe el señor Nicanor Rojas quien me informa de los precios y las tumbas y de la ubicación: él dice que el cementerio está dividido en dos avenidas: la de Esteban Castromonte y Fidel Olivas, los precios de los mausoleos es de 2000 soles, los nichos de primera y cuarta fila 2100, segunda y tercera fila  2300 y la zona de entierro común está 430.00.
“algunos se ofrecen el primer piso de los nichos otros el tercero y se ocupan dependiendo del gusto por las alturas del doliente y su capacidad económica. Entre más arriba sea, mayor el precio y el pago se hace solo al comprar las tumbas” comentó don Nicanor. Me despido de él con una amabilidad que me caracteriza, camino por toda la avenida Esteban Castromonte, encuentro nichos, mausoleos delo personajes que murieron en el sismo de 1941 y los profesores que fallecieron en el sismo del 31 de marzo de 1964.
Continuo mi recorrido, hacia todo el cementerio me deja sentir el sol que muerde mi nuca, el dolor en mis piernas, la sed de dos de la tarde, me regala este instante para recordar su guerra en mis huesos. Mi arrogancia me asombra, me duelen las rodillas y pienso:”qué bonito mundo, el mundo de los muertos”.
En ciertas ocasiones en el cementerio de Huaraz es difícil que un difunto pueda dormir en paz, a menos que tenga un sueño pesado, debido a los escándalos protagonizados por los dolientes, eso es lo que dicen.
Serenatas, turbadores grabadores de sonido, cervezas por cajas, destellan en los momentos de dolor por la despedida del ser querido, paralizando la realidad que los arropa y llamando la atención de los callejeros que sólo vienen a darse un paseo por el cementerio. El único deseo de los deudos es dejar constancia de la importancia del difunto y grabar en la memoria de los que no lo conocieron la despedida que los que sí le conocieron.
El cementerio de Huaraz es un lugar donde se confunden lo más insigne de la historia con los personajes simples de la actualidad.
Entre los mausoleos finamente construidos con lozas de mármoles se hallan las tumbas de familias como: Ortega, Suarez Silva, entre otros.
La mayoría de los mausoleos están condenados a la eterna soledad y se convierten en piezas de museo, alimento de la curiosidad de las nuevas generaciones. Thomás un sepulturero de mediana estatura, de tez blanca, dice que desde hace, mucho tiempo este lugar dejó de se sólo para los famoso y ricos de la cuidad, ya pasó a ser compartido con las personas de clase baja, muerto a bala por ajuste de cuenta que se yo, los mismos que mañana pasarán al olvido.
El silencio acompaña la soledad del cementerio:
Al atardecer el canto de las golondrinas, el ruido de los roedores, rompen el silencio que inunda el cementerio de Huaraz.
Ni que decir del atardecer que anuncia una oscuridad hermosa, donde los dolientes que pasaron a visitar ya se despiden de los difuntos para irse a sus casas, cada uno de ellos lleva bien profundo su dolor, porque en sus rostros se dibuja con claridad una piscina o un mar de llanto, sin embargo se arrodillan ya para despedirse, oran no sólo para que el señor de los cielos los tenga a sus difuntos descansando en paz, sino aprovechan para pedirle la mejor de las suertes.
El atardecer me cubrió de oscuridad, siento el silencio vuelve a reposar en el cementerio y solo se siente el chasquido de la escoba de don Martín barriendo cada uno de los corredores y recogiendo las flores dañadas que por si solas se dependen de los ramos.
El misterio en el cementerio de Huaraz:
Por los corredores de esta necrópolis se pasean cual cuidad de los muertos, las ánimas que penan por las múltiples acciones no apropiadas por el aferro a la vida terrenal.
Cuanta Martín, empelado del cementerio que una noche se encontraba vigilando el cementerio. en ese entonces lo acompañaba su perro negro que se paseaba con él y su compañero de turno, vigilando que en las instalaciones del cementerio todo estuviera en orden, cuando de pronto el animal se quedó perplejo mirando y ladrando hacia el calvario que se encuentra en la Av.: Esteban Castromonte. En ese momento Martín y su compañero iluminaron con sus linternas hacia el calvario y no había nadie, sin embargo el perro continuaba ladrándole, en ese caso al calvario y así siguió haciendo por largo rato.
“yo estaba un poco sorprendido por la reacción del pero, pero no veía a nadie, hasta que en un instante, el perro chilló, como si le hubieran pegado y salió corriendo hacia la puerta del cementerio muy asustado, y desde ese entonces el perrito no quiere volver al cementerio”. Narró Martin.
Por eso digo que en el cementerio de Huaraz se cuentan historias de fantasmas que rodean los mausoleos, los nichos, se narran historias de la muerte, también se habla de vida en el más allá.
En este lugar se comparten las actividades de un cementerio, las noches de luna llena, la noche y los cuentos, se comparte con la oscuridad, y los espíritus, el olor a flores, la música de las tumbas, el miedo, el dolor por la pérdida o sencillamente la curiosidad de los vivos.
Regresé a casa con una anécdota que contar y con los pies adoloridos de tanto caminar. La cuidad de los muertos una cuidad que también me acogerá a mi, y con un verso en mi mente “vivir sin hacer daño, morirse de repente, son la envidiable vida y la envidiable muerte”.



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